jueves, 14 de marzo de 2013

JDA VII. La ciudad entre las nubes. (IV)


Ninguno pudo creerlo cuando lo escucharon. Aquellos hombres debían de estar bromeando, aunque la seriedad de sus rostros y la solemnidad de sus palabras parecieran indicar lo contrario.
–¿Saltar? Pero no podemos hacer eso –intentó razonar Klawn–. No somos pájaros. Tal vez los habitantes de esta villa hayan logrado aprender, pero nosotros aún necesitamos varias lecciones de vuelo antes de lanzarnos al vacío.
–Es una prueba de fe, muchacho. ¿Acaso no tienes fe? -insistió el Sumo Sacerdote.
–Cuando se me pide que salte a una muerte segura, no.
Réplica tras réplica, los nervios se iban crispando. Las respuestas de Klawn eran cada vez más mordaces y, si no le interrumpían pronto, acabaría haciendo gala de la mala educación que era capaz de concentrar en su persona cuando se lo proponía. Seshai era la única que se limitaba a observar, de brazos cruzados, sin intervenir. Finalmente, la pelirroja optó por dejarles saber su opinión.
–Los humanos tenéis costumbres demasiado extrañas. ¿Qué tiene que ver que accedamos o no con nuestra presencia en la ciudad o con lo que vayamos a decir en el juicio de Francis? Dime –sus ojos permanecían fijos en Anteraas, sin un atisbo de temor o de ira hacia ese hombre–, ¿te quedarás tranquilo si uno de nosotros salta desde la muralla? Si es así, lo haremos.
–Pero Seshai…
–Déjalo, Klawn. Si es la forma de hacer que nos dejen en paz y suelten a Francis, acabemos cuanto antes. ¿Desde dónde hay que saltar?
Anteraas los guió con gesto satisfecho hasta la parte de la muralla que estaba pegada al borde de la isla flotante donde se erguía Astaroth. La unicolyan avanzaba con paso firme, ignorando deliberadamente las palabras de sus amigos sobre el riesgo innecesario al que se iban a enfrentar. Sad cerraba el grupo, callada, concentrada en calcular si Tornado podría recoger a tiempo al grupo si saltaban con la suficiente distancia.
Mandrake envió a un muchacho a buscar un grifo para tratar de evitar una catástrofe. Sin embargo, antes de que el chico hubiese podido alejarse medio centenar de pasos, antes de que Klawn se hubiese acercado al borde, antes de que Sad hubiese llamado a su montura, la larga cabellera roja de Seshai pasó como una estela de fuego ante ellos, siguiendo la carrera de la unicolyan hacia el abismo.
Un seco impulso, un salto al vacío, con los brazos y las piernas extendidos, sintiendo la resistencia del aire, que parecía querer sostener su pequeño cuerpo humano, contra la piel y moviendo con fuerza sus ropas, como si miles de dedos invisibles tratasen de arrancársela.
Las exclamaciones de los testigos de su temeridad le hicieron sonreír mientras, sobre el borde de Astaroth, el comandante pedía a gritos una montura en un vano intento de seguirla.
Fue entonces cuando un fogonazo blanco dejó a la vista de todos la forma equina de Seshai, con aquellas grandes y fuertes alas que la llevaron de vuelta a la ciudad entre las nubes.

Se posó junto a Klawn con un relincho que casi parecía una burla. El mercenario dibujó en su rostro una gran sonrisa y palmeó la cruz del animal.
–¡Qué grande eres, preciosa! ¡Una entrada magnífica! –el brillante estallido que envolvió de nuevo a Seshai al recuperar su apariencia humana le hizo apartarse un poco, mientras se sacudía las ropas.
–¿Y bien? ¿Ya estamos todos satisfechos? –los verdes ojos de la unicolyan interrogaban al sacerdote, quien, si hubiese contenido un poco más de rabia en su interior, habría explotado.
Mandrake trató de disimular su sonrisa al ver el congestionado rostro de Anteraas, pero Asgaloth rió con franqueza:
–Bien, amigo mío, Onour ha decidido.
–No ha sido la voluntad de Onour, sino magias oscuras de estos... estos...
–Oh, no, Anteraas, las criaturas que cambian de forma también son obra de nuestro Señor y él ha decidido que una de ellas llegase hasta aquí –se volvió hacia el grupo–. En fin, una vez terminada toda esta locura, por favor, acompañadme, os buscaremos un alojamiento adecuado. Sois libres de ir y venir por la villa.
Echó a andar de regreso al cuartel, seguido de los compañeros, dejando atrás a Mandrake, que intentaba aplacar el enfado del Sumo Sacerdote.

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